Cuentos sobre el miedo en los niños: Sebastián, el niño temeroso

Hace mucho tiempo, en una aldea escondida entre las montañas, vivía Sebastián. Era un niño muy asustadizo y no podía estar nunca tranquilo. Bastaba con que una ventana se azotara para que corriera a abrazarse a las piernas de su mamá.


- Pero, Sebas, ¿qué pasó ahora? - le decía su mamá.
- Esa... ventana.... hace mucho ruido...

Entonces su madre se sentaba con él y acariciando su cabecita le explicaba sobre cómo la fuerza del viento puede hacer que las ventanas y cualquier cosa se azote o rompa. Luego, mirándolo a los ojos y con una dulce sonrisa, le aseguraba que todo estaría bien.

Sebastián se tranquilizaba entonces, pero solo por un momento. Luego volvía a ser el niño asustadizo de siempre. Sus papás ya no sabían que hacer para que entendiera y se calmara. El canto del gallo, el rechinar de la puerta de su cuarto o las sombras que producía la luna llena en el patio, todo le causaba miedo.

Un buen día Sebastián, como todas las mañanas, iba rumbo a la escuela. El camino era algo largo, pero muy bonito, rodeado de campos, riachuelos y bosques. A pesar de lo hermoso del paisaje, Sebastián iba siempre alerta a que algo le diera miedo.  De pronto, escuchó un ruido que lo dejó helado.

Aquel horrible ruido parecía venir desde el riachuelo. Sebastián sabía que en esa zona se hacía más ancho el paso del agua. Nuestro amiguito estaba aterrado de acercarse a aquel ruido, pero algo le indicaba que debía hacerlo. Entonces se dio cuenta que era un grito de auxilio, y algo cambió en su interior.

De tres saltos llegó al lugar. Ahí, en una roca en medio del río, estaba sentada una niña. Al parecer el arroyo había subido su nivel cuando ella lo estaba cruzando y había quedado atrapada.

-¡Cálmate! - exclamó Sebastián, asombrándose de la potencia de su voz.

Ya se estaba remangando los pantalones para intentar llegar a la niña, cuando recordó que su mamá le había dicho que  no se ponga en peligro cuando viera una emergencia, sino que avisara a alguna persona adulta, a los bomberos o a la policía.





-¡Voy por ayuda! ¡No tardaré!

Sebastián echó entonces a correr. Sabía que el poblado estaba a la vuelta de la próxima colina. El paisaje pasaba velozmente por debajo de sus pies, que casi parecían despegarse del piso. Al llegar a la primera vivienda, se encontró con un hombre joven que al verlo entendió de inmediato que algo grave pasaba. Varios hombres del pueblo se reunieron entonces y guiados por Sebastián, llegaron al arroyo donde la niña seguía sentadita, paralizada por el miedo.

Los hombres hicieron una cadena humana y lograron sacar a la niña del río, sana y salva. La cubrieron con unas mantas y se la entregaron a  sus padres, que acababan de llegar, con el rostro lleno de temor por lo que le podría haber sucedido a su hija.

Sebastián, que estaba viéndolo todo, se estremeció cuando la niña pasó a su lado y le regalo una sonrisa de infinito agradecimiento. Los padres de la pequeña también lo llenaron de besos y abrazos por haber salvado a su hija.

El sol ya se perfilaba sobre el cielo y las pocas nubes que quedaban desaparecieron. Entonces todo se aclaró para Sebastián. Todo lo que le rodeaba se hizo más colorido, iluminado y hermoso. Vio a los pajaritos como revoloteaban entre las ramas de los árboles, percibió el suave olor del prado mezclado con el del bosque de eucaliptos, oyó el ronroneo del riachuelo y descubrió que le gustaba todo eso.

Sebastián entendió entonces que no hay que tener miedo por cualquier cosa; que lo que vivió esa niña, eso sí que era para temer y algo de qué cuidarse; que comparados con ese peligro, el golpe de una ventana, la sombra de la luna o el canto del gallo no eran nada.

- Has sido un niño muy valiente, Sebastián - le dijo su mamá cuando volvió a casa - me enteré en el pueblo.
-Pobre niña, mamá. Tenía mucho miedo.
-Y tú la ayudaste. Venciste tu temor y la ayudaste, recordando que debías buscar ayuda. Estoy muy orgullosa de ti, hijito.

Desde entonces, Sebastián es un niño muy alegre y solidario con sus amigos. Nunca más tuvo miedo de lo que no lo merecía y vivió feliz, en aquella aldea escondida, detrás de las montañas.


Imagen: Vinoth Chandar en Flickr.

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