La Mesura: Clave para Premios y Castigos en Niños

Premiar y castigar es algo importante e imprescindible para la formación del niño. La humanidad entera se mueve gracias a ello.
El hombre camina siempre hacia su felicidad y va en busca de los premios que la misma vida le ofrece: La satisfacción de algo bien realizado, la tranquilidad de una buena obra, el aplauso social, la compensación económica, etc., mientras huye rápidamente del castigo, que le ofrece todo los contrario.

El niño se mueve por las mismas reglas y por eso no podemos olvidar este punto cuando se trate de educar a un niño. No obstante, debemos tener en cuenta que los premios y castigos son un arma de doble filo: Bien empleados ayudarán al niño a formarse y a triunfar, mientras que mal empleados pueden hacerle un daño inmenso y destrozarlo interiormente.

Es pues algo muy sutil y que no puede usarse sin reflexión, ya que el mal hecho es muy difícil de reparar. Debemos ser justos, consecuentes, oportunos, inteligentes, claros y sobretodo muy humanos y objetivos a la hora de premiar y castigar. Buscar siempre el bien del niño y no el desahogo de nuestro mal humor o simplemente la tranquilidad de la "misión cumplida" (¡has hecho mal, te doy tu merecido!).





Si un castigo no trae consecuencias positivas es nefasto, ya que no sólo no hace ningún bien al niño, sino que le hace un gran mal y lo hunde. Mientras que educar es precisamente todo lo contrario: Ayudar al niño.

La rabia y la indignación no conducen a nada. La humillación es un castigo que no ayuda a construir. Se logra únicamente producir rencor y resentimiento en el alma del niño. La dignidad humana no se puede poner en juego; es algo importante que los castigos no deben tocar. Animar y ayudar, en vez de abatir, es la misión de todo educador.

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